Oscuros eran todos los caminos,
ninguno ofrecía salida, si quiera guía.
Difícil elección, equivocados todos,
cualquiera que tomase estaría equivocado. Pero tuvo que hacerlo y equivocarse
pues. Eligió y erró, demasiado, y sin apenas acritud se levantó de cada uno de
los golpes recibidos, de las batallas perdidas a media noche. Perdió toda confianza
en sí y en el mundo, acabó con la fama de héroe abatido, pues lo era. Era un
héroe al que las historias infantiles de príncipes y princesas habían abatido.
Justo al contrario de lo que ocurría en sus libros de mesita de noche, donde
las historias eran resueltas en felicidad y cada cual amaba al descubierto,
historias que le hacían dormir de aburrimiento y al dormir, soñar. Era justo
eso lo que hacía, soñaba con ser parte de esas historias, el protagonista de
alguna de ellas. Era él, tenebroso y temido, tenebroso en cada tormenta de
invierno, temido por la buena suerte, truncado en el amor, abatido en la vida y
generalmente muerto.
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